Les dejo este excelente relato enviado al blog Daño Colateral por el usuario de Twitter JorgeXs.
Era un lunes 13 de septiembre. Estaba preparado para salir de viaje a una playa paradisiaca que tenemos en el caribe. Por razones de logística familiar tuvieron que dejarme casi 4 horas antes en el aeropuerto de Reynosa y, aunque te piden que llegues temprano, esto fue una exageración.
Documenté mi equipaje y decidí pasar a la sala de abordar, ya que andaba de novedoso bajando aplicaciones del iPhone 4 que tenia poco de haber sacado. Después de varios minutos de estar solo, muy entretenido con el teléfono, escucho una voz diciéndome: “¿Qué pasó joven? ¿se le fue el avión?”
Volteo y veo que es una persona que vestía uniforme militar.
Sonrío y le respondo: “Es que mi raid me obligó a llegar con demasiada antelación.”
El militar, con una sonrisa como de desconfianza y viendo que estaba con mi celular, me pregunta sobre el teléfono. Que si era el nuevo, que cuáles eran sus características y demás. Yo, como todo un fan de la tecnología que soy, le explico las características, las principales diferencias con la versión anterior y así nos sumergimos en una plática tecnológica. Le presté el teléfono para que lo probara y viera sus funciones.
En cierto momento, sintiéndome en confianza, no pude resistirme el preguntar sobre un tema que siempre me ha tenido en ascuas:
“Oficial, ¿puedo hacerle una pregunta? Claro, si me la quiere contestar, sino pues solo dígame que no puede.”
“A ver, dime” responde el oficial.
“¿Por qué si confiscan un madral de armas, vehículos modificados, etc no los utilizan ustedes?”
“Sinceramente,” responde el militar. “Yo creo por dos cosas: por justos y por pendejos. Porque no es posible que uno vaya en el Hummer, que sabemos está limitado en potencia de motor, y cobertura, y llegue un cabron de esos en una camioneta dígase Suburban o de ese tipo. Te choque, te haga cagada el Hummer, le dispares y te des cuenta que no les haces nada, que las balas simplemente no traspasan su blindaje. Para que luego ellos se den de reversa, salga un cabrón por una escotilla y empiece a dispararte.”
“No, pues sí esta cabrón,” le respondí. “Porque para la gente de Reynosa y, no dudo, de México, ustedes son el único frente en el que confiamos. Pensamos que deberían tener más apoyo, e incluso fíjese que habemos gente en Twitter que decimos que debería de haber una cuenta en un banco en la cual les depositemos como una muestra de agradecimiento.”
El oficial un poco extrañado pero dándose cuenta que mi comentario era sincero me pregunta: “¿A que hora sale tu avión?”
“Dentro de 3 horas”, respondí.
“Bueno, ven para que veas como vivimos,” me dice.
Lo acompaño a la parte trasera del aeropuerto exactamente en uno de los pisos inferiores de donde está la torre de control. Cuando me acerco, veo que un soldado está tratando de descongelar pollo en una cubeta de plástico de las que normalmente vienen llenas de pintura y utilizando agua de la llave.
Subimos y entramos a lo que podríamos llamar una cocina, hecha con lo poco que tenían. Un tanque de 30 litros de gas, un quemador, y una mesa que parece una parte de un escritorio. Eso sí, cocinando un arroz con pollo que olía muy bien.
Después de la cocina, ví donde duermen. Un cuarto grande, cuya pared hacia el poniente era, en su mayor parte, un ventanal tapado con carton y cinta. No lo puedo negar, estaba cómodamente fresco y escuchaba lo que parecía un helicóptero, pero que en realidad era un aire acondicionado.
“Acabamos de conseguir este aire,” me dice el oficial, “porque ya nos estaba llevando la chingada con el calor de esta ciudad. No se podía dormir, y menos cuando toda la tarde le pegaba el sol al ventanal. Fue un pedo conseguir todos los cartones, y luego el aire, un vato que trabaja aquí en el aeropuerto nos lo ofreció, le dijimos que si nos lo prestaba y no quiso. Tuvimos que comprárselo y, aparte, contratar una persona que nos lo arreglara y nos hiciera la instalación. Las literas estaban arrumbadas en el Colegio Militar y nos las trajimos.”
“Pues sí, lo bueno es que Calderón les aumentó el sueldo cuando entró”, le contesté.
Me voltea a ver y me dice: “¿Qué? A mí me jodió, ya que homologó los sueldos y yo ganaba más.”
Le empezó a preguntar a los demás soldados cuánto ganaban.
“A ver, compañero, ¿cuánto ganas?,” le pregunta el oficial.
“2,850 pesos por quincena,” le responde el soldado.
“¿Crees tú que eso es justo?,” me dice, y agrega, “Cuando nos dijeron que veníamos a las operaciones de alto impacto (así le llaman a las operaciones aquí en Tamps,N.L., Coahuila, Chihuahua, etc) nos dijeron que nos iban a dar un bono diario por estar acá. Pero el bono es de 30 pesos diarios.”
“¿30 pesos?” le pregunté asombrado. “Es una pinche coca y unas papitas. Es una mamada.”
El oficial se ríe y se levanta hacia el congelador.
“Mira la carne que nos mandan,” me dice.
“¿Carne?” me pregunté en mis pensamientos. Yo sólo veía una enorme bola roja de hielo.
“Ve esto.” me dice de nuevo. “Nosotros nos lo compramos. Es una caja que venden en SAMS de variedad de sabritas, y botes de agua.”
Tuvo la gentileza de regalarme una botella de agua aunque, después de todo lo que me dijo, me sentí mal de haberla aceptado. Después de ver y escuchar lo anterior no pude evitar hacer el comentario:
“Con razón muchas veces algunos se ven tentados por el narco,” le dije.
Al oficial le cambió el gesto y con un tono de voz más tenso me respondió:
“Lo sé. A mí se me han acercado cabrones a ofrecerme dinero y yo los mando a la chingada. Tengo 20 años partiéndome la madre en el Ejército. Aquí nos enseñan valores y lealtad, además de la disciplina. Entonces, ¿cómo puede venir un pendejo como esos a mandarme y a reírse de mí solo por el pinche dinero? Están pero si bien pendejos. Por eso siempre les damos tronco a esos cabrones.”
Al ver como se estaba encendiendo más, preferí cambiar el tema.
“Oficial: mis respetos para ustedes. ¿Y como hacen para identificar a los narcos?” le pregunto.
“No se si te diste cuenta,” explica el militar. “Pero, con la plática que tuvimos en la sala, te estaba interrogando. Me di cuenta que sí sabias de lo que estabas hablando y en ningún momento me evadiste. Imagínate, llegó un pelado apestoso y sucio. Sin discriminar, pero si llevas una estadística de las personas que vienen al aeropuerto, rápido te das cuenta de la anormalidad. Lo empiezo a interrogar y me dice que es dueño de una empresa de paquetería en Estados Unidos. Le pregunto el nombre y solamente dice empresa de paquetería, pero traía como 5 mil dólares, no se cuantos miles de pesos y aparte quetzales guatemaltecos. Otro que me tocó fue uno que tiene ciertas peculiaridades que nos hacen sospechar que son mañosos. Me le acerco a la persona para pedirle una identificación y lo primero que hace es gritarme asesino. Que eramos unos asesinos y que no lo tocaramos porque podríamos matarlo. Yo le pido que se calme, que solo estoy pidiéndole una información. No deja de gritarme y se acerca uno de mis subordinados dispuesto a calmarlo y lo detengo, porque no podemos darnos el lujo de eso. Así que solamente dejé caer su identificación tragándome el coraje.”
“Le hubiera puesto un chingazo,” se me salió decirle.
“No. Ganas no me faltaron,” admite. “Pero no podemos darnos esos lujos.”
“Sí, pues aparte con lo que había pasado en Laredo,” le digo en referencia al fallecimiento de los niños Martín y Brayan Almanza en Abril de 2010 en un incidente en que militares presuntamente dispararon contra la camioneta en que viajaba una familia.
“Está cabrón,” se asincera. “Ese fue un error operativo y mal manejado. Tengo mis dudas sobre lo que pasó, porque el señor del auto no hizo caso a las señas pero bueno, eso se esta investigando,” me contesta.
“Sí, lo se. Oiga ¿y los federales?” le pregunté sobre la Policía Federal.
“Esos hijos de su pinche madre. Todavía que les pagan, les dan viáticos, duermen en hoteles, aun así, se corrompen. No confiamos en ellos, son un desmadre. Preferimos trabajar solos, y por eso, yo no los dejo entrar armados al aeropuerto. Conmigo se chingan, y ya se quejaron. Pero a la chingada, que no se anden con joterias. Pero bueno, ya nos van a rotar a hacer los rondines o a ver a donde. Oye, bueno, ya llego tu avión. Me dio mucho gusto conocerte espero tengas un muy buen viaje,” se despidió.
“Oficial: hare algo, y espero no se ofenda. Quisiera darle este poco de dinero,” le dije.
“No, ¿cómo crees?” me contesta. “Esto lo hice para que veas que no es fácil, pero aquí estamos,” contestó.
“Por favor acéptelo”, le insistí.
“Bueno,” finalmente aceptó. “Será para la raza. Compraremos una pizza con esto. Muchas gracias.”
Y me fuí a abordar el avión pensando que al menos ellos están en un lugar donde hay baños, agua y demás.
Pero, ¿qué pasará con los que están en el kilómetro 30, o en el monte? En realidad, sí tenemos nuestros héroes anónimos, pero lástima que no los honramos como merecen.
Enlace: http://reyno-warrior.blogspot.com/
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